lunes, 17 de febrero de 2014

Kunshan y el Tinglin Garden

Recordando tiempos pasados he de mencionar las dos semanas que pasé en Kunshan hospedado por mi muy mejor amigo Curtis, en esa “pequeña” ciudad de 3 millones de habitantes que se encuentra entre la mastodóntica urbe Shanghai y la tradicional y turística Suzhou. 


Entrada a Tinglin Garden


 Tras los desastres acontecidos en los capítulos anteriores que podéis comprobar aquí, si os perdísteis alguno, me ví en cierto modo obligado a exiliarme a Kunshan con mi amigo Curtis que me ofreció de buena manera el sofá de su casa mientras conseguía reponer fuerzas y encontrar una salida a una situación un tanto extraña, teniendo que empezar de -1 cuando aún ni siquiera había empezado a adaptarme al país. De hostias iba la cosa, pero yo venía con la jeta endurecida ya de casa.

La vida en Kunshan es un poco bastante diferente a Shanghai. En Shanghai es difícil perderse puesto que a cada dos o tres calles tienes una señal de metro y sólo tienes que ir a la estación de metro más cercana para saber por donde estás y si eres un hacha en cuanto a orientación se refiere te puedes guiar con las placas de las calles, que te indican si van de Norte a Sur o de Este a Oeste. Por contra, en Kunshan, jamás y repito, JAMÁS deberás alejarte de Reimen Avenue, que atraviesa la ciudad entera y es la arteria principal de la que salen el resto de las calles. Si te alejas mucho de esta calle, amigo mío, lo tienes chungo porque las calles son iguales y allí la gente no habla mucho inglés que digamos. Pero claro, todo en esta vida en una aventura y mola meterse por esas callejuelas y perderte un rato, ¡pero no mucho!


Templete en lo alto de la montaña

Kunshan es como otra ciudad cualquiera, lo más destacable de ella es el Tinglin Garden, que es un enorme parque, (porque eso no es un jardín), con zoológico incluido y una gran montaña en el medio. En este paque hay también diferentes atracciones para niños, un lago donde se pueden alquilar barcas e incluso pelotas gigantes donde te metes dentro y te tiran al lago y ¡ale, a corer por el agua un ratico! El día que nosotros fuimos había un montón de gente, además de que el tiempo era muy bueno, soleado y con buena temperatura, algo que apetece cuando sales a dar un paseo por un paraje de este tipo.



Estuvimos en el zoológico que costaba unos 20RMB, y fue un poco un desperdicio de dinero, porque de lo que más tenían eran tigres, y estaban los pobres despatarrados en sus jaulas y entre el calor y las heces de los animales, el hedor del lugar era insoportable, así que no estuvimos allí más de 20 minutos. Después de una larga caminata, visitar un pequeño templo que había allí, porque el parque es bastante grande aunque no lo parezca, nos decidimos a tirarnos al monte y subir hasta lo alto de la montaña a ver qué se cocía por aquellos lares. Al empezar a subir nos metimos por un bosque de bambúes genial,  que provocaba una sensación la mar de agradable, entre la temperature, el vaivén del bambú y el sonido de sus hojas. 


Camnino entre el bambú

Existe un trazado bien definido para subir, asfaltado incluso, pero claro, el que aquí escribe es más bien parte humano parte cabra montesa, así que con mi espíritu aventurero y los gritos de mi colega “¡Tío nos vamos a matar!” En vez de tirar por donde estaba asfaltado y por donde va la gente NORMAL, este tío se metió por el lado contrario de la montaña, donde había una pendiente que pa qué y sin nada que te frenara si te caías, amén de un cartel que ponía algo de prohibido el paso, suelo militar, pero yo ni caso, soy una cabra y tiro por donde me sale de...ejem, eso.



Resulta que en lo alto de la montaña hay un radar militar enorme, aparte de un mirador y un restaurante. El radar estaba custodiado por dos tios con muy malas pulgas, que claro, creo que pocos extranjeros habían visto y pensarían que éramos espías o algo que paso que dábamos siempre buscaban tener una visual sobre nosotros para mantenernos controlados. Nos subimos al mirador y las vistas no estaban nada mal, pero eran mejores desde donde estaba sentada esta parejita, puesto que no había mucho que te tapara la vista y podías contemplar la ciudad de Kunshan casi por completo.

Kunshan

La vuelta fue un poco más normal, ya que bajamos por el camino normal y volvimos a la mítica Beimen Road, donde mi colega vivía antes, pasando de largo de los adivinos que se apostan en los alrededores del parque, algunos más pintorescos que otros, tanto que parecían sacados de películas antiguas chinas. El resto de los días los pasé buscando trabajo durante todo el día, de vez en cuando haciendo entrevistas por Skype, alguna que otra visita a Shanghai, los fines de semana en el Whales Bar donde tocaba todas las noches una banda de la que nos hicimos amigos y eso sí, mucha XBOX y mucho McDonalds, pero fueron realmente como unas vacaciones.


Oteando el horizonte

Al poco tiempo encontré el trabajo en el que estoy ahora mismo y me volví a mudar a la gran urbe, de nuevo al estrés y a las grandes distancias para ir a cualquier lugar, no sin antes echar un poco de menos la tranquilidad, lo pintoresco de Kunshan y las historias que se quedarán en esa “pequeña ciudad” justo a la salida de Shanghai, allí a la derecha.